Al principio todo surgió como una broma. Mira que como suba la marea y no te podamos sacar, le dijimos. Habíamos hecho un agujero enorme para enterrar hasta el cuello su cuerpo de siete años. Nunca imaginamos que el agua subiera tan deprisa y transformase la fina arena en aquel cemento tan difícil de extraer. Peligro, pánico, culpa, manos y palas excavando, socorristas y otros padres haciendo turnos. Sudando y asustándole más de lo que nos hubiera gustado. Construimos un rompeolas enlazando nuestros torsos y seguíamos sacando arena cuando sonaron las sirenas y llegaron los equipos de emergencias.
Antes del accidente con la moto era fácil para mí llevarme una mujer a la cama. Ahora tengo que hablarles del compañero que abandonó a su esposa tras hacerse ella una mastectomía y juzgarlo como abominable. Las llevo al ático y las desnudo entre risas. Me quito la ropa y se quedan conmocionadas al ver mi pierna ortopédica. No digo nada y me la saco con naturalidad. Dejo el muñón a la vista como si no existiera y doy por supuesto que no son de esas mujeres que rechacen a un hombre por algo así.
Natalie y su marido me habían invitado a su casa para cenar con sus amigos de la izquierda caviar y ella volvió a recordar cómo nos criamos en las mismas viviendas oficiales de la zona noroeste de la ciudad. Estaba tan harto de sentirme un instrumento de sus luchas que les hablé de lo que la heroína hacía con mis intestinos. Tenía que dilatar el ano con mis dedos para sacar bolas tan duras como aquellos platos de porcelana en los que estábamos cenando pescado al horno y sobre los que ahora bajaban sus ojos en señal de derrota.
Cuando llegamos a la playa el sol se abría paso entre las nubes. En el aparcamiento había un coche con el volante a la derecha que tenía un colchón sucio dentro. Su dueño miraba al mar, al lienzo y a sus pinceles mientras las niñas nos ayudaban a tirar de nuestro carrito de cuatro ruedas. Fui al bar a por unos cafés y le dije buenos días. Me miró extrañado y me pregunté qué recuerdos se escondían tras aquellos ojos cansados. Desde la orilla me llegaba el murmullo de las olas y la imagen de mis hijas jugando.
En esta foto estábamos en la playa con los hijos de sus primeras esposas. Él irradia su felicidad magnética desde el centro. Sus defensores dicen que fue un buen padre a pesar de todo. Yo te diré la verdad: estaba contento porque durante la mañana había escrito varias páginas que sabía que lo sobrevivirían. Era por la tarde y se le nota que ya había empezado a beber. Ahora sí responderé a la otra pregunta: se suicidó porque sabía que nunca volvería a escribir nada de lo que se sintiera orgulloso y esa vida no la quería vivir.
Dijeron que era el proceso más mediático de la historia. Sus hijas y su mujer degolladas. El Departamento de Justicia había vendido los derechos televisivos por una cifra récord. Lo que la jueza cobró por la publicidad de su gorra se acabaría sabiendo también. Hoy se emite el veredicto y lo veremos en mi casa con unas cervezas. Estoy apostando por la pena de muerte en la aplicación del programa cuando escucho el estruendo en la entrada. La policía irrumpe y en la confusión un amigo saca un arma. En el juicio dirán que antes gritaron abran la puerta.
Ese fue el momento culminante de su vida: un comentario ingenioso en una red social que consiguió cuarenta y seis mil “me gusta”. Varios medios de comunicación se hicieron eco y fue el tema de conversación entre sus conocidos una semana. Ahora duerme en un sofá ajeno después de que su mujer le diera aquel ultimátum que no se creyó. Él no estaba enfermo y no necesitaba ninguna medicación. Ahora, cuando el alcohol enturbia su conciencia se siente relajado y eufórico y no deja de pensar en ese número que significó algo cercano a la felicidad.
La vida sin ellos no tendría sentido, pero es increíble el tiempo que te roban. Demandan toda tu energía, pero al final siempre es más lo que te aportan. No sé cuál es vuestra experiencia, para mí el último está siendo el más agotador, aunque fue también el más deseado. Mi mujer y yo lo hemos hablado y no nos vamos a plantar aún. Todavía no está a la venta, pero ya lo hemos reservado. Acamparemos en la calle con los sacos de dormir y el termo de café si hace falta.
Hoy es domingo, me visto con mi traje de realidad virtual y me pongo el caso de estimulación eléctrica transcraneal. El abanico de opciones de mi habitación de metaverso es casi ilimitado. El mejor ron añejo, el sol tibio sobre mi piel, una paz dulce imposible de quebrantar y cualquier mujer que desee provocando un placer infinito sin límites a mis peticiones. Salgo del cuarto pensando que mañana es el único día del mes que tengo que ir a la oficina. Espero que pronto erradiquen ese anacronismo más propio del siglo veintitrés que de los tiempos actuales.
Y ése fue el principio del resto de mi vida. Cuando sonó el teléfono de la rectoría y la oí al otro lado de la línea. Llevaba meses temiendo y ansiando esa llamada. Yo era un párroco casado y ella era una feligresa joven con un bebé. ¿En qué mundo sería posible que esa historia no acabase como un desastre total para ambos? Su voz se escuchaba como el sonido del mar en una caracola que a la vez me atraía y me advertía del peligro de sus promesas. Y ése fue el principio del resto de mí vida.